Una partida contra la vida**

* Rodolfo Bucio

** Presentación de la novela Una partida de ajedrez, de Stefan Zweig, traducción de Alfredo Cahn, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1998 (Clásicos para Hoy, 29), 80 pp.

La relación entre literatura y ajedrez ha ocurrido casi de manera natural. En ese juego, que como tantas otras cosas viene de Oriente, infinidad de escritores han creído ver una representación de la vida del hombre. Los 64 cuadros del tablero, los colores opuestos y las piezas (con una jerarquía que parece metafísica), la posibilidad combinatoria de jugadas, sugieren un paralelismo con el destino humano y la posibilidad de jugar y —en ocasiones— ganar.

La fascinación por torres, peones, caballos, alfiles, reina y rey y la cuadrícula, ha quedado plasmada en cuentos, novelas, poemas y piezas teatrales. El enfrentamiento intelectual de dos adversarios por medio de las piezas es, de alguna manera, irrepetible. Y se parece, o al menos así piensan algunos escritores, a la lucha entre la vida y la muerte, el bien y el mal, el hombre y Dios. Jorge Luis Borges apunta algunas de esas paradojas:

Cuando los jugadores se hayan ido,

Cuando el tiempo los haya consumido,

Ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra

Cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.

Como el otro, este juego es infinito.

Y añade:

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.

¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza

De polvo y tiempo y sueño y agonías?

 
 
La vida como un juego. El ajedrez como una representación de la lucha por y en la vida. Ésta es una de las visiones más recurrentes de la literatura. Recordemos, por ejemplo, Al otro lado del espejo, de Lewis Carroll. Esta novela está planteada como una partida, en la que las acciones son movimientos y llevan a un final previsible: el peón blanco, Alicia, gana en once jugadas al tomar a la Reina Roja.

Pero, ¿puede este juego convertirse en algo peligroso? Una partida de ajedrez de Stefan Zweig es una buena respuesta. Esta breve novela nos presenta a dos contendientes disímbolos: Mirko Czentovic y el doctor B. El primero es el campeón mundial, el segundo un aficionado. Todo en ambos es contrastante: educación, modales, ascendientes. Por una circunstancia singular tienen que estar un día frente a frente, separados por un tablero.

En su obra, tanto de ficción como ensayística e histórica, Zweig tuvo un gusto peculiar por retratar situaciones límite y por los personajes que participan en ellas. "Todas las especies de monomaniacos, enclaustrados en una sola idea, me han interesado desde un principio, pues cuanto más se limita un individuo, tanto más cerca se halla, por otra parte, del infinito…", dice el anónimo narrador de esta novela, resumiendo uno de los motivos principales de la obra de Zweig.

En Una partida de ajedrez encontramos a un típico personaje zweigiano: el doctor B. es un austriaco que se mueve en el mundo de la corte (pues un tío suyo es médico de cabecera del emperador), abogado prominente que lleva asuntos confidenciales de miembros destacados del clero y el gobierno. Al invadir los nazis su país es apresado. Dada la relevancia de la información que puede proporcionar, se convierte en un prisionero importante. Es recluido en un hotel, donde recibe una tortura particular: estar aislado, sin ver ni hablar más que con sus interrogadores. El doctor B. es, en sus propias palabras, "un esclavo de la nada". En medio de esa locura el ajedrez surge como un bálsamo.

Gracias al hurto de un libro donde se reseñan partidas famosas, el doctor B. aprende y luego repasa una y otra vez, hasta llegar a estados febriles, los encuentros de varios campeones mundiales. Su mente encuentra en el ajedrez el asidero que lo salva de una locura para sumirlo en otra. Años después, a bordo de un barco que viaja de Estados Unidos a Sudamérica, ante la casual contemplación de una mala jugada, el doctor B. decide intervenir. Convierte esa partida en un milagroso empate. Después acepta jugar contra Czentovic, lo que casi le cuesta caer nuevamente en el desvarío.

Stefan Zweig (1881-1942) perteneció a una acomodada familia judía de Viena. Tuvo una educación esmerada y estudió filosofía en su ciudad natal. Hizo largos viajes alrededor del mundo. Desde joven publicó poesía y tradujo al alemán a Baudelaire, Verlaine y Rimbaud, entre otros. Más tarde escribió teatro. Su novela más conocida, Veinticuatro horas en la vida de una mujer (1926), forma parte de la trilogía Confusión de sentimientos.

En el ensayo histórico y la biografía encontró, quizá, su veta principal. En La lucha con el diablo (1925) estudia y analiza a tres hombres que estuvieron al borde del abismo, pero atisbaron el infinito: Nietzsche, Von Kleist y Hölderlin.

Stefan Zweig se suicidó, junto con su esposa, en Petrópolis, Brasil, donde se había exiliado huyendo de la invasión nazi en Europa. Tal vez su suicidio demostró que él también podía trasponer el límite.•

*Rodolfo Bucio (ciudad de México, 1955) estudió filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue becario del INBA-Fonapas (1982-1983) y del Centro Mexicano de Escritores (1985-1986), en narrrativa. Ha publicado los libros de cuentos Las últimas aventuras de Platón, Diógenes y Freud y Escalera al cielo (ambos de 1982), y el volumen de prosa poética Geoda (UAM -Xochimilco, 2000, 76 pp., portada e ilustraciones de Eduardo Ruiz).