Ernesto Sabato: también pintor


*Ana María Peppino Barale
A la lucidez y al ejemplo de congruencia entre discurso y noventa años de vida.

Seguramente el 24 de junio de este 2001 familiares y amigos se reunieron en la casa de Ernesto Sabato1 para festejar su cumpleaños. ¡Noventa años! También habrían estado presentes, venidos del más allá, dos seres entrañables para él: Matilde Kusminsky Richter (1918-1998), la compañera inseparable, y Jorge Federico (1938-1995), el primogénito, desaparecido de manera prematura a causa de un accidente automovilístico. Asimismo, en la vieja casona de Santos Lugares estuvieron nietas y nietos, su biznieto Ignacio, sus nueras y su hijo Mario. Es seguro que a ninguno de sus amigos y familiares se le ocurrió regalarle un suéter de colores apagados y oscuros; escogieron, sin duda, colores vibrantes, muy al gusto actual del festejado.

Estuve en esa casa el 14 de febrero de 2000. Conocía la propiedad por fotos, así que reconocí el jardín donde crecen en natural convivencia árboles centenarios y enredaderas, y donde los pétalos blancos de las magnolias destacan en el verde circundante. A propósito, Sabato escribió, recordando una noche de verano:
 

Avanzo hacia mi casa entre las magnolias y las palmeras, entre los jazmines y las inmensas araucarias, y me detengo a observar la trama que las enredaderas han labrado sobre el frente de esta casa que es ya una ruina querida, con persianas podridas o desquiciadas; y, sin embargo, o precisamente por su vejez parecida a la mía, comprendo que no la cambiaría por ninguna mansión en el mundo.2


Toqué el timbre en Langeri 3135 (frente a la casa hay una escuela primaria que lleva el nombre de Sabato y de seguro en algún momento la calle cambiará su nombre por el de tan especial vecino); entré tras Diego Curatella, el joven asistente, con la emoción de reconocer los lugares en donde he visto fotografiado al dueño de la casa en diferentes oportunidades: el estudio donde escribía, el fichero del rincón, las fotos. Todo dispuesto prolijamente, estático, como detenido en el tiempo. El escritor ya no escribe. Después de la publicación de Abaddón, el exterminador, en 1973, anunció que se retiraba de la literatura por una ceguera que avanzaba de manera inexorable; "seguramente es una venganza de los ciegos", suele decir. Aunque Sabato aclara que es broma, no puedo evitar estremecerme al recordar "Informe sobre ciegos", su reconocido capítulo de Sobre héroes y tumbas (1961).

No obstante, a casi treinta años de la decisión de pasar de la escritura a la pintura como forma de expresión, sus escritos han acrecentado su valor moral, en particular después del informe sobre las actividades criminales de los gobiernos militares durante el Proceso de Restauración Nacional (1976-1982), que le fue solicitado por el régimen del presidente Raúl Alfonsín y que se publicó con el título Nunca más (1984). Le ha quedado el recurso de dictar. Sus libros más recientes, Antes del fin (memorias, 1998) y La resistencia (2000), son un éxito. Muchos jóvenes los leen.

Curiosa coincidencia física —pérdida de la vista— que lo une a Jorge Luis Borges, por encima de las razones políticas que los distanciaron durante casi dos décadas y que los llevó a establecer un pacto de mutuo olvido, roto, por cierto, en diciembre de 1975 cuando el periodista Alfredo Serra logró reunirlos en "Una charla que hizo historia".3

   
  Alquimista III
   
¿Por qué gritará?
 

Ernesto Sabato es más conocido como escritor que como pintor. Sin embargo, no es sólo por esas actividades por lo que en su natal Argentina se le considera una autoridad moral, sino por su vertical coherencia entre pensamiento y su vida austera. Su figura se destaca como una gran conciencia lúcida, a menudo amarga. Esta apreciación se confirma con el resultado de una encuesta llevada a cabo por el Centro de Estudios de Opinión Pública en 1994; 500 mujeres y hombres entre 15 y 65, residentes en la capital federal y el Gran Buenos Aires, favorecieron "al hombre que ha señalado incesantemente la necesidad de recomponer la moral en la sociedad argentina".

Mientras esperaba la aparición de Sabato, repasaba mis notas sobre sus datos biográficos: es el décimo de once hijos varones de emigrantes italianos (Fuscaldo, Calabria); nació en Rojas, provincia de Buenos Aires, en 1911. El segundo nombre, que no usa, es Roque —por Sáenz Peña, el presidente argentino que otorgó el voto secreto y obligatorio en 1912.

Al concluir sus estudios de doctorado en ciencias físico-matemáticas en la Universidad de La Plata, Argentina, por recomendación de Bernardo Houssay4 se le otorgó una beca en 1938 para realizar trabajos de investigación sobre radiaciones atómicas en el Laboratorio Jolliot-Curie de París. El camino de la ciencia se abría de manera prometedora para Sabato, sin embargo, al poco tiempo de su regreso a Argentina, en 1940, cambia de rumbo para dedicarse de forma exclusiva a una de sus pasiones: la literatura.

A propósito de pasiones, él mismo manifestó en una entrevista que el futbol (deporte por el cual de niño se agarró a piñas cantidad de veces): "es el deporte más bello que hay. Tiene pasión y yo soy un hombre de pasiones".5

En 1943, Sabato había concluido su ensayo Uno y el universo, que puede considerarse como su despedida del mundo científico. En esa época vivía en las sierras de Córdoba, en una modesta casita que rentaba a Federico Valle —responsable del primer noticiero filmado en Argentina y de El fusilamiento de Lavalle, una de las primeras películas rodadas en el país. El mismo Valle le alquiló la casona de Villa de los Santos Lugares, cuando decidió acercarse a Buenos Aires y facilitar su relación con el mundo editorial, porque ya había abandonado sus cátedras de física en la Universidad de La Plata y se allegaba recursos escribiendo, bajo seudónimo, artículos de divulgación científica.

Cuando apareció Sabato, vestido con pantalón de mezclilla y suéter rojo, me adelanté con la mano extendida. Tomó mi mano pero para atraerme hacia él y saludarme de beso mientras decía: "A las mujeres no se las saluda de mano, se las besa". Después del original recibimiento pasamos al estudio donde pinta. Allí, me sorprende la mirada alucinada de Virginia Wolf (Versión final de Virginia Wolf) al lado de un Dostoievski ensimismado. Sus rostros trazados de manera esquemática destacan sus tonos metálicos sobre un fondo oscuro; ambas figuras parecen avanzar desde el lado derecho del cuadro y siento que debo apartarme de su camino para reconocer, con ellos, la certeza de que "El mundo cruje y amenaza con derrumbarse, ese mundo que para mayor ironía es el resultado de la voluntad del hombre, de su prometeico intento de dominación".6

   
  No sé qué es
 
   
Dostoievski
 

Los retratos de Sabato, como los de Oskar Kokoschka (Austria, 1886-1980, uno de los principales vanguardistas de lo que se desarrollaría como el expresionismo alemán), plasman el alma y los sentimientos de los individuos más que su aspecto real. También comparten la destreza para poder expresar su compleja y rica visión del universo, tanto en el campo de la pintura como en el de la escritura. Así, Sabato pintor se integra al Sabato escritor; tal como Munch, Kokoschka, Nol-de, Kandinsky y otros, creadores en ambas disciplinas.

De ahí que resulta difícil separar al pintor del escritor. Los gritos apagados, silenciados en la tela, lanzados por las rojas figuras fantasmales que resaltan sobre el fondo negro en su cuadro No sé qué es, parecen ilustrar el razonamiento que expresa el personaje de "Informe sobre ciegos":
 

Si fuera un poco más necio podría acaso jactarme de haber confirmado con esas investigaciones la hipótesis que desde muchacho imaginé sobre el mundo de los ciegos, ya que fueron las pesadillas y alucinaciones de mi infancia las que me trajeron la primera revelación.


Alucinaciones que siguieron poblando la mente creadora de Sabato.

Aunque tuvo temprana relación con los surrealistas, Sabato prefiere clasificar a su pintura como sobrenaturalista. Sin embargo, sus temáticas recuerdan al expresionismo, que se contrapone al impresionismo, en el sentido de que la impresión "hace referencia a la huella que la realidad externa produce en la conciencia", es decir, "la naturaleza se refleja en el artista". En cambio, la expresión "es un movimiento desde el sujeto hacia el mundo exterior, es el artista el que se proyecta imprimiendo su huella en el objeto"; en lugar de hacer hincapié en la forma, se prefiere escudriñar el alma y de ahí su fuerza expresiva.7

Sabato comparte de manera especial con el noruego Edvard Munch (1863-1944), considerado un pintor "de la decepción y la angustia humanas", la forma de recalcar los estados de ánimos afirmándose en una expresividad dramática que llega a su máxima representación en El grito (1895). En esta obra, y en las múltiples variantes que pintó, Munch simboliza la angustia y soledad del hombre que despedía el siglo XIX con un grito frente a aquello que lo atormentaba del mundo en que vivía. Este icono recobra vigencia ante la angustia con que el ser humano se enfrenta a un tercer milenio incierto, que ofrece condiciones más difíciles de vida, situación que Sabato interpreta en su cuadro ¿Por qué gritará?

También comparo Alquimista iii, de Sabato, con Ansiedad, de Munch. En ambos los sujetos miran, desorbitadamente, directo al espectador —transmitiendo su azoro, su perplejidad, su espanto, su soledad.

Y aquí, otra vez, la relación escritor-pintor se hace evidente en los supuestos que Sabato considera esenciales en la novela moderna y que en su ensayo El escritor y sus fantasmas precisa como:
 

1. descenso al yo; 2. el tiempo interior, tan diferente al de la novela naturalista; 3. el inconsciente, 4. la ilogicidad o desconexión lógica del relato; 5. la presencia del Otro; 6. la comunión o relación entre el escritor y el lector, al apartar del relato una mirada suprahumana; 7. el sentido sagrado del cuerpo, y 8. el conocimiento, pues el arte nos ofrece otra forma de conocer, que no es la de las ciencias positivas o sociales.

   
  Versión final 
de Virginia Wolf
 

Dichas características sirven, igualmente, para interpretar su obra pictórica, ya que aparecen como "elementos que señalan la mirada y el objeto de esa mirada, el deseo y la realidad", más que como categorías estéticas.8

La pintura de Sabato no es complaciente, no pretende halagar al espectador sino más bien compartir una visión de un mundo inquietante, subterráneo, del que emergen criaturas fantasmales con la intención de transmitir su angustia, su decepción. Aunque él mismo admite que en ciertos días se levanta "con una esperanza demencial" de que se haga realidad la posibilidad para cada uno de nosotros de una vida más humana, en la cual se recupere la capacidad de dialogar con los demás y la de reconocer el mundo que nos rodea, "siendo que es allí donde se dan el encuentro, la posibilidad del amor; los gestos supremos de la vida".9

No se puede hablar de Sabato sólo como pintor, me resulta difícil desligarlo de su fase de escritor. La lectura de ambos códigos me facilita entender con mayor profundidad a su creador, porque cada obra permite que me apoye, me explique y complemente las imágenes expresadas en uno y otro. El clima de su escritura concuerda con la definición plástica de sus pinturas, y ambas situaciones parecen responder a denominadores comunes que determinan ritmos, contrastes, proporciones.

El propio Sabato refiere que dibuja desde pequeño y, además, confiesa que llegó a sentirse culpable por no atender de tiempo completo los asuntos literarios, en lugar de perder "el tiempo borroneando papeles". Sin embargo, en Antes del fin se refiere con cariño a las escuelitas de su infancia, donde "humildes maestros nos enseñaban a ser buscadores de la verdad", y él era el dibujante de la clase, encargado de ilustrar con tizas de colores las fechas históricas. Por ejemplo, el 20 de junio, Día de la Bandera, dibujaba al general Manuel Belgrano en el momento de hacer jurar a su ejército la recién creada insignia nacional, que Ernesto representaba con dos franjas celestes y una central blanca. Setenta y tantos años después evoca esos hechos como un proceso para alentar los sentimientos de comprensión y respeto a los fundadores de la nación actual, puesto que después de aquel acto de jura de la bandera los soldados morirían o vencerían en las luchas por la independencia alentados por ese paño, "a menudo sucio y maltrecho" que "era el símbolo de la patria".

Al dejar la casa recordé el deseo de Sabato de que, cuando él ya no esté, se abran las puertas a las personas que le han "demostrado su devoción y su amor", que han leído sus escritos y que lo alentaron. Asimismo, ya ha separado los cuadros que deben permanecer como patrimonio del lugar donde nació su obra y murió Matilde, "con la vieja araucaria, la morena y estos pinos centenarios".10


*Ana María Peppino Barale es profesora-investigadora en el Departamento de Humanidades, de la Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco. Es licenciada en comunicación, maestra en enseñanza superior y doctora en estudios latinoamericanos; integrante del Sistema Nacional de Investigadores. Entre sus libros destacan Las ondas dormidas. Crónica hidalguense de una pasión radiofónica (1989), La radio permisionada en México: el caso de Hidalgo (1990), Radiodifusión educativa (1991), Radio popular. Inventario de organizaciones (1993) y Radio educativa, popular y comunitaria en América Latina (1999).
Notas

1Sin acentuar, aunque es común que lo pronunciamos con acento: Sabato. Será por la similitud con el término en italiano de sábado, considerando el origen de la familia.
2Ernesto Sabato, La resistencia, Buenos Aires, Seix Barral, 2000, p. 27.
3Gente, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1999, núm. 1796, pp. 90-98. La revista reproduce el resultado de la reunión entre Sabato y Borges, como homenaje a la inteligencia del fin de milenio.
4Bernardo Houssay recibe en 1947 el Nobel de Medicina por sus estudios de las glándulas de secreción interna.
5Jorge Halperin, "Palabra de honor", en Viva. La revista de Clarín, Buenos Aires, 7 de agosto de 1994, pp. 16-30.
6Ernesto Sabato, La resistencia, op. cit., p. 97.
7Historia del arte, tomo 11, México, Salvat, 1979, p. 99 ss.
8Miguel Rubio, "Ernesto Sabato y la luz", en Ernesto Sabato. Pintura, Buenos Aires, Seix Barral/Fundación Banco Mayo, 1995, p. 19.
9Ernesto Sabato, La resistencia, op. cit., pp. 11 y 12.
10Ernesto Sabato, Antes del fin, Buenos Aires, Seix Barral, 1998, pp. 190 y 191.