*Serafettin
Yildiz
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Dos mundos dentro de
mí
En 1978 llegué a Austria como persona "madura". En todo caso así lo creía yo. Pensaba que los conceptos de shock cultural y shock lingüístico no me afectarían en lo más mínimo. Sin embargo, con el transcurso del tiempo tuve que percatarme cada vez más de que un sentimiento de impotencia al nivel del lenguaje corroía mi autoestima y la conciencia de mí mismo, haciéndome caer en tierra de nadie. El revoque de mi existencia anímica e intelectual comenzaba a desprenderse. Me sentía desplazado de manera arbitraria a la etapa de mi infancia, la cual creía haber superado ya desde hacía mucho. Tenía que definir mi propia realidad en otra lengua, en mi caso, el alemán. Si se toma en cuenta que el turco pertenece a un grupo lingüístico totalmente distinto (uralaltaico) y se diferencia considerablemente de las lenguas indogermanas en los niveles fonológico, morfológico y sin-táctico, así como en el vocabulario, entonces se sabrá cuán difícil puede resultar este proceso. Pero este emocionante, exitante y de alguna manera también doloroso camino dotó a mi escritura de muchas nuevas dimensiones, enriqueciéndola. El alemán representaba para mí aquel idioma que me unía con el mundo real; mi lengua materna, la turca, me separaba de él, por así decirlo. Un nuevo proceso de cambio iba formando a mi persona. Mi búsqueda eterna de la estética del lenguaje se interrumpió por un tiempo indeterminado hasta que comencé a sentirme como en casa en mi nueva lengua. Uno no se siente en casa en un idioma en tanto no se ha llegado a conocer las finezas de sus convenciones puramente lingüísticas y sus componentes no verbales. Tuve que progresar en la lengua de modo que pudiera pensar, interpretar y clasificar. Tuve que aprender a familiarizarme con las convenciones sociales y los rituales, a entender los gestos y ademanes, a interpretarlos. Pero sobre todo tuve que ubicar el mundo mágico de la poesía en mi nueva lengua, para poder trasladar mis imágenes y metáforas que, de alguna manera, siguen siendo las riquezas de mi lengua materna. Así transcurrieron los años. Cada vez me ocupaba más intensamente de la lengua alemana y en ella descubrí un nuevo mundo con todos sus valles, colinas, desiertos y oasis misteriosos. Y cada vez me sentí más atraído por ella que empecé a amarla. Como Ingeborg Bachmann escribiera alguna vez: "No existe mundo nuevo sin lengua nueva". Pero ¿qué clase de fenómeno es el escribir en dos lenguas? Yo llevo dos mundos dentro de mí: uno lo traje de Anatolia hace muchos años, de él continúo recibiendo mi alimento anímico y, en parte, también el intelectual; el otro es mi realidad fáctica, en el que desafortunadamente lo emocional se queda corto. Por ello escribo primero en turco cuando tomo la pluma. Sin embargo, ahora ya me ocurre que la versión alemana se posa sobre mis cejas y me observa. Incluso suele inmiscuirse en las imágenes, anidando en mis metáforas que originalmente había concebido en turco. Cada vez logra imponerse más. De esa manera se da una fecundación entre ambas lenguas. La metáfora Herzfinsternis (Eclipse del corazón) la descubrí en alemán. La versión turca creo que sólo ha sido dicha por mí, es Yürek tutulmasi. Suena también hermosa. Mi literatura no es la de la consternación. Aun cuando abordo temas como el ser extranjero, la problemática de los inmigrantes, la multiculturalidad, etc., intento percibir sus dimensiones universales. A pesar de que muchos lo nieguen, soy de la opinión de que cada escritor toma partido de alguna forma. Cada uno anhela cambiar un poco el mundo de modo positivo, aunque al fin y al cabo todo esto tenga un significado relativo. El eurocentrismo con todas
sus facetas arroja su sombra sobre mi existencia que se ha arraigado en
algún sitio entre el Oriente y el Occidente. A esa arrogancia quisiera
ponerle un espejo enfrente para que Europa ya no se adjudique los conceptos
de ser cultivado o civilizado. Esto también representa un refugio
de mi escritura en el que busco cobijo para mi obra.
Traducción
de Ricardo Corchado
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