Las canciones tristes de Luis Ignacio Helguera
*Miguel Ángel Echegaray
Luego de leer otra vez los últimos poemas publicados por Luis Ignacio Helguera, ésas tres piezas me parecen hoy incómodas y dolorosas premoniciones. La innecesaria quiebra de su porvenir, al igual que los oscuros días que envolvieron su final, están predichos de algún modo en sus líneas: como si fuera el mayor instrumentista de la tristeza, anudó su acostumbrada melomanía con una brutal indefensión. Pocas veces tan melancólico en sus letras y tan íntimo en sus referencias musicales.

Me impresiona advertir una coincidencia emotiva y musical en el primero de ellos, el que tituló "Intermezzo núm. 2, en si bemol, op. 117, de Brahms", dedicado a su padre. La coincidencia aparece al saber que Brahms, según Claude Rostand, calificaba esa obra para piano como una "berceuse de ma douleur". Una canción hija del dolor, pero no de cualquier género, si nos atenemos a la acepción de berceuse como canción de cuna que utiliza el crítico francés. Entre ese dolor, "el luto otoñal de todo" y la melodía que arrulla, "y recuerdo cómo me cargabas semidormido hasta mi cama al terminar el Intermezzo", oscila la meditación triste del poeta que ha cumplido cuarenta años. Sobrecoge entender que un hilo finísimo los anuda, el notable monólogo brahmsiano, y que el nudo permanece inalterado entre los dos aunque el hijo se conduela por lo mal que aprendió la nobleza, el carácter y la fuerza del padre... la música como el más poderoso asidero filial.

De nuevo Brahms. En la "Sonata en fa menor para viola, op. 120, núm. 1", precipita, en la primera parte, una variedad de motivos y un contrapunto encendido... luego, en el Andante un poco Adagio, deja asomar una dulzura resignada y los tonos musicales propios del otoño. Una mujer desconocida los ensaya obsesivamente para apartarlos del olvido: la memoria es la partitura más sincera con que contamos. Otra vez Luis Ignacio Helguera, encerrado en el otoño, la más humana de las estaciones. Otra vez tiende el finísimo hilo, aunque vanamente, con el que necesita anudarse con otros, en este caso la mujer, desconocida e ignorante de su necesidad. Siempre existirán amantes que, si bien adivinados, no cesan de buscarse.

Conocemos el lado melancólico de Bach porque Heitor Villa-Lobos injertó la modinha (valga otra vez, canción triste) en sus notables Bachianas brasileiras. La Número 1 para un conjunto de 8 cellos, es la obra de la que Helguera desgaja una modinha para completar su pasmoso tríptico. Canción triste que le devuelve al cello su vocación de serenidad e impulsa al poeta a multiplicar sus palabras. Una modinha que proclama: "qué triste recordar a fuerzas lo que más duele recordar", y entonces, comprendemos que el hilo finísimo deja de tenderse porque algunos nudos son imposibles de hacer, como aquel que se quiere trenzar con el paso del tiempo que envejece a cualquiera, como ocurre en ese billar de toda la vida de Villa-Lobos en que el personaje es solamente una rutina. El "billar de toda la vida" es una imagen poética que Luis Ignacio desgranó de una imagen fotográfica, del año 1957, en la cual el músico carioca aparece jugando carambola, con un puro en la boca, con chaleco y en mangas de camisa, con setenta años de vida y sólo veinticuatro meses más de la misma...México, D.F., 20 de mayo de 2003 •


Intermezzo núm. 2, en si bemol, op. 117, de Brahms


 
A mi padre, Luis Ignacio Helguera Soiné


Sólo ahora, a los cuarenta años

comprendo por qué me recostaba en el sofá de la sala cada noche

cuando estudiabas ese Intermezzo de Brahms

porque expresaba tu carácter y tu fuerza y tu nobleza, que aprendí mal

y la caída de las hojas verdes y luego rojas, en los jardines que tuvimos

el luto otoñal de todo

y recuerdo cómo oyendo la radio estacionaste el coche en una calle

entre automóviles furiosos

para ponerte a llorar sobre el volante 

disculpándote conmigo con el pañuelo en la cara

porque era un Nocturno de Chopin que tocaba tu madre

y recuerdo cómo me cargabas semidormido hasta mi cama

al terminar el Intermezzo de Brahms, cada noche

y tu carácter y tu fuerza y tu nobleza, que aprendí mal.

Postal de Brahms


 
Para Carlos Helguera

 Esta vecina de mis padres en Chicago 

ensaya todas las tardes el Andante un poco adagio de la Primera sonata para viola de Brahms 

mientras piso las hojas rojas y anaranjadas de la Campbell Avenue 

¿Por qué le obsesiona ese movimiento como a mí? 

(porque no lo estudia: le obsesiona) 

¿por qué pasan estas cosas, tío? 

No toca nada mal la viola, aunque se atora en un pasaje difícil, como yo en la vida 

Quisiera tocar el timbre de su departamento 

hablar con ella de Brahms, de esa serenidad sublime

y admirar la belleza de su viola y su cabellera 

y la expresividad de sus brazos y sus ojos 

mientras me otrece un café o una copa 

y hablamos del poder evocativo y las meditaciones otoñales brahmsianas

y del estatismo armónico extraño y sublime

en que flota un clarinete de pronto solista sobre el piano en el tercer movimiento 

del Segundo concierto para piano y orquesta

y la invito a cenar en Belmont

¿Pero qué tal si es una güereja desabrida o una anciana decrépita

o un maricón pelirrojo o un gordo devorador de hamburguesas?

Sólo quedaría sellar una brahmsiana amistad y largarme

¿Por qué pasan estas cosas en la vida, tío? 

¿Por qué se pregunta uno por qué, si la vida toda es naturalmente azarosa e indescifrable? 

Hace años que me obsesiona la dulzura de este Andante

Brahms deshojaba lentamente en el pentagrama los árboles más bellos 

Me invade la melancolía, pero no tengo el valor de tocar el timbre

Tal vez esa mujer espera a un brahmsiano que toque su timbre 

Tal vez esa mujer sea tan solitaria y triste como yo 

Tal vez esa mujer y yo podríamos amarnos, apadrinados por las barbas de Brahms 

Tal vez sea la mujer de mi vida y me separan de ella la cordura y la cobardía y un timbre

Después de todo, la melancolía de los acordes

ambienta bien mi soledad

Me quedo con la belleza pura de la música

silbo la melodía y piso las hojas rojas y anaranjadas de la Campbell Avenue

y regreso con mis padres

Qué triste y hermoso y brahmsiano es el otoño en Chicago

 

 
 
 
 
 
 
 
 
   
Modhina de las Bachianas brasileiras

núm. 1 para ocho cellos de Villa-Lobos


 
Para Guillermo Helguera


Qué tristeza a veces da la tristeza ajena

la de la gente bienintencionada a la que el destino parece empeñarse en probarle que es mejor ser mala persona 

la de la gente que trata honradamente de "superarse"

y compra y lee con esfuerzos uno de esos manuales de superación personal

y todo le sale mal

como todo bien a los autores abyectos de esos bestsellers

una tristeza que va y vuelve como las olas del mar

la de la gente buena que cree a diario en Dios por más que Dios sólo le dé a diario bolillo duro

qué tristeza la del hombre que logra por fin armar el rompecabezas de su vida

solamente para comprobar que fue todo un rotundo fracaso

la del cierre de un buen restaurante destinado, quién sabe por qué, a la bancarrota

del que fue uno el último cliente y ya ni siquiera le cobraron la cuenta

una tristeza que va y vuelve como las olas del mar

la de enterrar personas a las que no pudimos decirles ni probarles que las quisimos mucho

qué tristeza las discusiones agrias de parejas ancianas que no se tienen ya sino uno al otro

y no tuvieron hijos, como no tuvo Villa-Lobos

y en medio de las discusiones, cada vez más agrias, lo saben, y mejor van por el pan y la leche

la de las parejas que se destrozaron a cachos después de que cupo entre ellas todo el amor del mundo 

qué triste recordar a fuerzas lo que más duele recordar

las mordidas del murciélago o la rata en el alma

una tristeza que va y vuelve como las olas del mar 

qué triste cuando queda ya sólo el recuerdo, cada vez más recuerdo del recuerdo 

qué triste cuando el billar de toda la vida, Villa-Lobos, es ya sólo rutina

cuando las carambolas o el sexo importan tanto como ir al baño o pagar la renta

qué tristeza incluso expresar toda esa tristeza en un canto desgarrado de ocho cellos

en belleza desesperada

como hizo Villa-Lobos•

*Miguel Ángel Echegaray (ciudad de México, 1959) es egresado de ciencias de la comunicación y del posgrado en historia del arte, por la UNAM. Ejerce la docencia de crítica de arte y política cultural en la Universidad Iberoamericana. Pertenece a los consejos de redacción de Pauta y Casa del Tiempo. En sus ensayos, publicados en diversas revistas, ha abordado, entre otros temas, la pintura colonial en Puebla y Cuautitlán, la pintura decadentista mexicana y la crítica de arte de Octavio Paz. En 2002 publicó la novela Olimpo (UAM/Ediciones sin Nombre).